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La sombra agonizante

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—Tenemos que hablar. Era la tercera vez en el día que escuchaba eso. Lo oí en días anteriores, pero ahora sonaba nítido. La primera vez creí que era la tele, puesto que es una frase muy común en las telenovelas baratas, y diálogos entre parejas. No le presté importancia, pero unos días después iba yo caminando rumbo a casa, estaba atardeciendo. Escuché: —No me ignores, te dije que tenemos que hablar. Me volví, nadie. Nada. El tono de voz me era conocido, sumamente familiar. Como si fuera yo, pero desde el exterior. Sonaba un poco extraño, como cuando te grabas y luego te escuchas, es diferente, casi desconocido, tan acostumbrado que estamos a escucharnos desde dentro. Llevaba mi cuchillo de caza atravesado en el cinto, en mi espalda. Cerré mis dedos en la empuñadura, me daba cierta confianza. Pero había escuchado aquella voz, estaba seguro. Y a medida que lo estudiaba se iba disipando mi incertidumbre. Era obvio, y confesé, me lo dije frente al espejo: —Me estoy volviendo l

El molino de los Uberraga

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  "Vi después cuatro  ángeles de pie sobre los cuatro puntos cardinales  de la tierra.  Sujetaba a los cuatro vientos, impidiendo   que soplara viento alguno sobre la tierra, sobre el mar o sobre los árboles."                                                 Apocalipsis 7:1      Los esqueléticos brazos desnudos sostenían jirones harapientos del velamen de lo que otrora fuera la tensa lisura amarillenta de las aspas del molino de los Uberraga. Despojados, ahora dejaban ver un cielo estático como el óleo de un cuadro mediocre, a través de la grilla carcomida que ya nadie se encargaba de reparar. El último giro de todas las ruedas de la comarca se detuvo al mismo tiempo, cuando en aquel mediodía, el viento se cansó de soplar. Junto con ellas, se inmovilizaron otros ingenios; en principio, sus primos, los molinos de agua. Más lejos, en el mar sin fin, los veleros se detuvieron sobre una superficie aceitosa, sin olas ni temblores. Las rosas de los vientos pasaron a ser in

Dimensiones

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Fue más corto que pestañear. Duró lo que una centella, y silenció mi entendimiento como un lento y ahogado trueno. Ni siquiera puedo afirmar lo que pasó.  —¿No puedo?   Apenas consigo hilvanar los hechos sin perder la cordura. ¿Sucedió en una suerte de sistema paralelo? ¿O estoy aquí, en el ahora imaginario del relato? — Imposible.  ¿Deja de existir un universo porque tú lo niegues, o es una realidad que no es afectada por tu soberbia incredulidad? Me justifico:  —La experiencia tuvo que ser,  si no, no estaría acá. Y así Nada tiene sentido. Bajar en dirección a las estrellas va contra de toda lógica.  Caer o ascender, ¿Qué hace la diferencia? Atraído por la Tierra o por Mercurio. Lo mismo da. Apenas tenemos que aventurarnos a abrir un  hueco en el reducido espacio de nuestra mente y dar crédito a lo que existe más allá de nuestros humanos sentidos. Resbalé, sin dolor, sin aviso, sin motivo.  —Pero ¿Por qué no recuerdo? Espera, había alguien conmigo. Puede decirme lo que vio, si es