El estornudo del gigante

Del libro: Historias para niños grandes
Entre las montañas, donde los vientos se esconden y la niebla suspende los picos nevados sobre las nubes, supo vivir una vez un gigante con ojos de caracol y corazón de gelatina. Su mirada le había copiado al cielo sus colores, y sus pupilas estaban llenas de estrellas de tanto recorrer el cosmos por las noches, su piel era áspera como las montañas, su nariz era como la entrada de dos cavernas y las pantallas de sus orejas le servían para escuchar tanto estruendo de los lejanos truenos como el susurro con que las abejas se transmiten sus secretos.
Era muy, muy grande.
Como no había zapatero que pudiera fabricar sandalias para sus pies, siempre andaba descalzo, los techos de las casas no rebasaban sus tobillos y los dedos de sus manos, gruesos como el tronco de un viejo roble, eran inútiles a la hora de arrancar flores, por eso inclinaba su cabeza hasta el piso para olerlas, como si estuviera besando la tierra, lo que agregaba dos extraños montes al paisaje. Sus pasos hacían temblar todo a la redonda, de modo que los habitantes de la ciudad cercana sufrían con cada zancada que daba, pues los platos y vasos de cristal caían de las estanterías y se hacían trizas.
Era muy vergonzoso y aunque se cuidaba donde pisar trituraba lo que quedaba bajo la planta de sus pies.
Los hombres le temían, y muchos afirmaban que que se comía a los extranjeros que se acercaban temerariamente a su morada. Pero en verdad era vegetariano, se desayunaba con cedros, y almorzaba los altos pinos de las laderas, siempre cuidando de no vaciar espacios para no provocar deslizamientos. Apagaba incendios con puñados de nieve de las montañas y cuando no llovía por mucho tiempo llenaba los lagos derritiendo los glaciares con su aliento. Con todo, los pobladores de la ciudad cercana lo odiaban por el daño que causaba al pasar cerca de sus moradas..
Se llamaba Arután y era viejísimo, aunque no tenía canas porque el cabello no le crecía. No estaba muy arrugado considerando su edad, quizás porque su piel era dura como la corteza de las centenarias coníferas. Su risa sonaba tan alto, que se confundia con las máquinas supersónicas que cortaban el cielo en dos a su paso..
Un día, la presa del lago abastecedor de agua a los poblados de alrededor se resquebrajó porque el volumen del deshielo en esa primavera fue formidable, él tuvo que correr con enormes rocas en sus brazos para repararla. Ante la urgencia no se percató de donde pisaba y destruyó algunos graneros en las afueras de la ciudad, causando también la rotura de vidrios y porcelanas en algunas viviendas.
Enardecidos por la devastadora consecuencias de su corrida, y sin tomar en cuenta que los había salvado de ser arrasados por las aguas, los ciudadanos se congregaron para tramar como darle muerte.
Reunidos en el salón comunitario de la alcaldía todos hablaban a un tiempo, y a nadie se le ocurría como deshacerse del descomunal vecino, hasta que uno de ellos dijo:
-Yo sé cómo matarlo.
Todos callaron para escuchar la maravillosa, pero seguramente imposible idea..
El locutor esperó que se hiciera absoluto silencio, entonces reveló :
-Lo mataremos de un resfriado
Rieron a carcajadas, burlándose del ocurrente vecino.
Pero poco a poco sus bocas enmudecieron al entender lo brillante de la idea.
Êl agregó:
-Nunca hemos sabido que haya enfermado, y menos que fuera vacunado contra la influenza- la ironía pasó desapercibida, apagada por el fragor de los comentarios, siguió explicando: -cuando lleguen los días en que el otoño trae los estornudos, mandaremos unos cuantos afectados a su caverna, para que desparramen el virus en el lugar, en los utensilios que usa y en la almohada donde recuesta su cabeza para descansar- concluyó.
Dicho y hecho.
Unos cuantos engripados voluntarios se ofrecieron para la tarea.
Vigilaron el lugar donde vivía, y cuando salió a visitar a sus parientes los otros gigantes, escalaron hasta el hogar y se quedaron una semana estornudando, tosiendo y secándose sus narices con los pañuelos del coloso. Un poco antes que se cumpliera el tiempo de su regreso volvieron a la ciudad a esperar el resultado de su maléfico plan.
A los pocos días de que Arután volviera a su casa en las rocas, comenzó a sentirse mal y una mañana se aferró fuertemente a las columnas de la entrada , cerró los ojos y estornudó.
Kilómetros más abajo, la torre del reloj de la plaza fue barrida por la violenta ráfaga de viento, los siguientes estallidos de sus pulmones volaron varios techos, El dolor de cabeza hizo que bramara de dolor, resquebrajando paredes y adoquines. El golpe desesperado de sus puños ante una enfermedad que nunca había experimentado, agrietó varias calles y resquebrajó cimientos y muros. Las lágrimas que derramaba formaron un río que corrió por el medio de la ciudad, llevándose todo a su paso.
Finalmente, tan enfermo que no podía razonar, caminó tambaleándose hacia ellos, sus protegidos. Poco antes de llegar, tropezó, ya moribundo y cayó hacia adelante, justo encima de la plaza principal.
Sin poder salvar nada, unos pocos sobrevivientes alcanzaron las poblaciones del valle donde contaron la historia, omitiendo la parte del contagio.
Autor: Roosevelt Jackson Altez -REJA-
Roosevelt es autor, escritor, dibujante, artista.
Su última novela: “ Las violentas vetas del volcán” está disponible en Amazon. Tambien es autor de diversos blogs, y historias cortas.

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